jueves, 16 de septiembre de 2021

Las carreteras y el fin de la era del petróleo - Fragmento 3

 

Citación sugerida:
Molina Molina, José Antonio (2020): Las carreteras y el fin de la era del petróleo.

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   ¿Tenían los griegos carreteras? Ciertamente, ya en el 800 a. C los griegos contaban con caminos artificiales empedrados, al parecer con fines ceremoniales. Posiblemente, las jóvenes vírgenes que le llevaban su nuevo manto a la diosa Atenea, durante la festividad de las Grandes Panateneas, iban en procesión por dichos caminos. Pero los griegos no construyeron en Europa una red viaria comparable a la de sus antiguos enemigos persas, o a las Carreteras Imperiales chinas, o a las del Valle del Indo. En primer lugar, y antes de la llegada de Alejandro Magno, los griegos no fueron nunca un imperio en el que existiera una administración centralizada, capaz de hacerse cargo de la construcción y mantenimiento de una red de carreteras: el panhelenismo era un hecho cultural, social, histórico y religioso, pero jamás hubo una unidad política superior que agrupara bajo su égida a todas las ciudades (¿no se lamentó Demóstenes de ello, hacia el 340 a. C. en la asamblea ateniense?). En segundo lugar, aunque los lazos económicos, culturales, lingüísticos y religiosos hubieran sido suficientes, por sí solos, para conectar a todas las ciudades a través de una compleja red viaria, lo cierto es que la accidentada geografía no lo hacía nada fácil. No hay más que ver un mapa físico del país: pese a su reducido tamaño, Grecia es uno de los países europeos con más longitud de costa y uno de los que presentan más picos montañosos. En tercer lugar, resultaba inútil afrontar los gastos y complicaciones de una red viaria por tierra cuando la navegación ofrecía el medio de comunicación natural. Al igual que sus predecesores, los fenicios, los griegos fueron extraordinarios marinos, y la navegación de cabotaje, a lo largo de las intrincadas costas de la Hélade, permitía la comunicación entre todas las ciudades costeras y las islas y, más tarde, con las lejanas colonias occidentales.

   A menudo, los libros de historia antigua se dejan deslumbrar por los logros de los griegos, y se descuidan otras culturas y civilizaciones contemporáneas, como la etrusca. Tampoco se presta mucha atención a esa pequeña ciudad, al sur de la antigua Etruria, fundada en el mito por dos gemelos amamantados por una loba. Al final, sin embargo, ese antiguo poblado de pastores termina por acaparar la atención de todos los discursos sobre historia antigua. Roma acabaría dominando todo el Mediterráneo, y debe reseñarse que lo hizo siendo no un imperio teocrático, al modo asiático, sino una república. La república romana duró nada menos que 500 años, antes de convertirse en un régimen imperial, con Cesar Augusto como primer emperador. Los romanos no aplastaron el mundo y la cultura griega, al contrario, la trataron, casi siempre, con un respeto casi reverencial. De hecho, aseguraron su continuidad para la historia europea, aportándole lo que le había faltado: la garantía de la memoria, garantía que, tal vez, solo podía quedar asegurada de la mano de un poder centralizado, capaz de extender su influencia no solo a través del espacio sino, también, a través del tiempo. 

   El imperio romano no era solo marítimo, también fue un imperio terrestre, y no uno que dominaba solo a otros imperios anteriores que ya contaban con una administración propia (y con carreteras), como el imperio de Alejandro Magno, sino que también dominó los territorios de la Europa del norte, que eran considerados bárbaros, salvajes. Los romanos se consideraron a sí mismos los portadores de la luz de la civilización, contrapuesta a la oscuridad en la que vivían los bárbaros. Puede condensarse este punto de vista en el testimonio de Elio Arístides, en el siglo II d. C., que no por su carácter panegíriconota 2 es descartable como documento histórico acerca de lo que los romanos trajeron a Europa, en lo que a infraestructuras se refiere:

“…  ¿cuándo ha habido tantas ciudades en el interior del continente o a orillas del mar? O ¿cuándo han estado tan bellamente adornadas en todos los aspectos? ¿Quién de los que vivieron en aquellos tiempos pasados realizó un viaje de esta manera, contando las ciudades por días, y en el mismo día atravesando por dos o tres ciudades como si lo hiciera por barrios de una misma? […] Todo está lleno de gimnasios, fuentes, propileos, templos, obras de arte, escuelas, y sabiamente es posible decir que la ecúmene, que había estado enferma desde el principio, se ha recobrado. […] Cuando vosotros os pusisteis al mando, los desórdenes y las disensiones cesaron, y el orden total y una luz brillante se apoderaron de la vida y del régimen político, las leyes se hicieron visibles, y los altares de los dioses recibieron la fe de los hombres.…”. Elio Arístides (Cortés Copete, 1997).

   Roma significó, por tanto, la civilización, tal y como la entendemos hoy en día, es decir, como un entramado de ciudades organizadas de acuerdo a principios racionales complejos, y con una fuerte interconexión entre ellas, interconexión en la que se cifran y explican el desarrollo y los avances, en conjunto, de todas ellas. Esas ciudades del mundo romano, tanto de nueva planta como otras antiguas pero mejoradas por la administración romana, hasta tal punto estaban interconectadas que uno podía atravesar dos o tres en el mismo día. Esa interconexión espacial y ese grado de eficiencia y velocidad en las comunicaciones terrestres, en las zonas de influencia romana, solo se puede explicar mediante una avanzada red viaria, sin precedentes en suelo europeo. Nunca, antes de la romanización europea, había sido tan rápidonota 3 tan fácil, y tan seguro viajar por tierra en el continente. Antiguas vías, como las de la mencionada Ruta del Ámbar, fueron mejoradas y pavimentadas, y se crearon otras muchas nuevas, hasta llegar a esos 80.000 kilómetros de carreteras que, según habíamos apuntado, existían en Europa hace 2.000 años.

   Las motivaciones romanas para afrontar estas faraónicas infraestructuras viales eran fundamentalmente militares y políticas al principio, pero luego quedaban claras las enormes ventajas económicas y administrativas que implicaban estas carreteras artificiales, que se llamaron ‘calzadas’ al ser la piedra caliza una parte importante de la estructura de muchas de ellas. Evidentemente, con el poder militar, político, económico y administrativo viajaba también la cultura, de manera que las calzadas romanas se convirtieron en el soporte material más explícito de la romanización, es decir, de la trasmisión y asimilación de la cultura romana a lo largo del continente. Si queremos rastrear las huellas materiales de la explicación acerca de por qué somos como somos, buena parte de ellas reposan sobre los pavimentos de piedra de las calzadas romanas. Sin ir más lejos, nuestro idioma, el español, deriva del latín, el cual nos llegó fundamentalmente a partir de los caminantes militares o civiles, los jinetes y los carros romanos que viajaban sobre las calzadas.

   Tal vez tiene razón Mary Beard cuando afirma que los romanos crearon un mundo globalizado nota 4. ¿No es eso, al fin y al cabo, lo mismo que dice Elio Arístides cuando afirma que la íntima interconexión entre las ciudades las hace parecer a todas barrios de una sola ciudad? La aldea global, pues, no es un invento de nuestros días. Ni siquiera lo es el concepto de ciudadanía europea pues, ¿no fueron los romanos los primeros en instaurar una ciudadanía global? Fue en el 212 d. C., con el Edicto de Caracalla, que convirtió a todos los hombres libres del imperio en ciudadanos romanos. De hecho, esta ciudadanía ‘europea’ tenía más visos de autenticidad que la nuestra, dado que tenía como aliada una lengua común, el latín. La verdad es que los europeos actuales quedamos en ridículo cuando presumimos de nuestra unidad y de nuestra ciudadanía europea, teniendo en cuenta que ni siquiera hemos resuelto el problema de la comunicación lingüística entre nosotros. Pero volviendo a la Roma de los primeros tiempos de nuestra era, ¿como hubiera sido posible esa ciudadanía paneuropea, esa percepción de la unidad entre todas las ciudades en un orden superior, sin existir una red de vías de transporte que permitieran los contactos regulares, rápidos, y con altas garantías de seguridad y eficiencia? La globalización romana acaso comenzara casi siempre con sus legiones, pero se mantenía luego gracias, en buena medida, a sus calzadas, un inmenso sistema de vías terrestres que se extendió desde el océano Atlántico hasta el Mar Rojo, desde el norte de África hasta las Islas Británicas.

   Resulta más sorprendente la magnitud de esta red viaria si recordamos que se realizaba a mano, sin la potente maquinaria pesada de hoy en día. Ello no fue impedimento para que las calzadas romanas se extendieran rectas e imparables, atravesando montañas y valles, estos últimos salvados con puentes que siguen en uso hoy en día, como el de Mérida, de unos 800 metros de longitud, que fue inaugurado hace más de 2.000 años. Hablamos con gran admiración de las pirámides de Egipto pero, demasiadas veces, se nos olvidan las maravillas de la Antigüedad que tenemos a la vuelta de la esquina. 

   El trazado se realizaba, también, sin el auxilio de las herramientas topográficas con las que contamos hoy. Los romanos tenían que calcular el trayecto más adecuado, de manera que fuera lo más rectilíneo posible: donde había una depresión importante, un barranco, o un río, construían un puente; donde había una zona húmeda o un pantano, los desecaban; donde había una elevación, ejercían el desmonte, si podían, y si no la circunvalaban. Después de haber decidido el trazado se retiraba toda la masa forestal y vegetal, se realizaban los desmontes, los terraplenados, los drenajes y todas las operaciones que fueran necesarias para conseguir un perfil longitudinal y un terreno estable. A continuación se cavaba una zanja y se extendía sobre ella una primera capa de piedras planas y una segunda de detritus de cantera. Después se añadía una nueva capa de piedra y cal y, por último, un enlosado de piedra o lava solidificada, que constituía el firme o pavimento. En los bordes de la vía se realizaban cunetas para eliminar el agua, y se instalaba señalización y balizamiento. Cada cierta distancia había lo que podríamos llamar estaciones de servicio, con caballos de refresco y posadas para viajeros. Así mismo, un servicio de correo postal, el más extenso de todo el mundo antiguo, era posible gracias a las calzadas. Hacia el 112 d. C. el emperador Trajano y Plinio el Joven se cartearon a consecuencia de que el segundo no sabía muy bien qué hacer con los cristianos, y esas cartas debieron llegar por carretera, como las que más de un siglo atrás había escrito Cicerón, uno de los más grandes pensadores romanos de todos los tiempos.

Notas:
2 Naturalmente, el punto de vista de los pueblos dominados por los romanos podía ser muy distinto. Aunque, a la postre, muchos encontraron ventajas en el imparable proceso de romanización, hubo quienes se resistieron, con toda razón, a perder su independencia y su libertad, y con ellas sus lenguas, sus culturas, sus religiones, etc. Para estos, los romanos, más que una fuerza civilizadora, eran otra cosa muy distinta. Así escribe el bretón Calgaco en el año 80 d.C., según Tácito: “… Robar, masacrar, expoliar, a eso lo llaman con palabras engañosas imperio, y al asolamiento lo llaman paz…” (Fernández Ubiña, 2006: 82). Volver al texto
En el 58 a. C. Julio César tardó solo 8 días en ir de Roma a Ginebra recorriendo unos 150 kilómetros al día, algo insólito en la época (Blázquez Martínez, 2006). Volver al texto
La gran divulgadora de la antigua Roma afirma que "los romanos fueron los primeros que crearon un mundo globalizado, lo que nos lleva a una pregunta clave: ¿qué significa tener comunicaciones? La idea de que hace 2.000 años se podía salir de Roma, seguir una carretera y acabar en España es totalmente revolucionaria. Nos hace reflexionar sobre cómo Roma establecía conexiones entre la gente, mucho más que impedirlas” (Altares, 2016). Volver al texto



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