jueves, 27 de enero de 2022

Las carreteras y el fin de la era del petróleo - Fragmento 20

 

Citación sugerida:
Molina Molina, José Antonio (2020): Las carreteras y el fin de la era del petróleo.

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  Sobre los automóviles eléctricos, el hecho de que cada vez existan más modelos, con mejores prestaciones, y más asequibles está contribuyendo a generar un gran optimismo con respecto a esta tecnología. Pero esto también podría ser un espejismo, por varias razones. Los llamados vehículos híbridos, capaces de funcionar con motores de combustión interna y con motores eléctricos, empiezan a tener una presencia destacable en el mercado, pero no hay que olvidar que siguen dependiendo de los combustibles fósiles. Algunos modelos pueden enchufarse a la red, pero su autonomía eléctrica es tan baja que necesariamente precisan llegar su depósito de gasolina o diésel en algún momento. Por su parte, los vehículos totalmente eléctricos, de los que ya existen modelos disponibles en el mercado para usuarios de alto poder adquisitivo, presentan algunos problemas que les impiden competir todavía en igualdad de condiciones con sus homólogos de combustión interna. El mayor de esos problemas es la escasa autonomía, lo que los hace inadecuados para trayectos largos; la posibilidad de que la batería se agote en pleno trayecto, o justo cuando uno más necesita del vehículo, sigue siendo enorme, a pesar de los avances de los últimos años. En este asunto no pueden competir con los vehículos tradicionales, que los superan muy de lejos todavía. 

   El tiempo necesario para recargar las baterías es el otro gran problema de los vehículos totalmente eléctricos: puede ser precisa toda una noche de recarga, empleando la red eléctrica doméstica. Existe la posibilidad de recarga ultrarrápida, pero aun así el tiempo de repostaje todavía es largo, de entre dos o tres horas, y los lugares que ofrecen este servicio son casi inexistentes en la mayoría de los países. Por otro lado, la escasa densidad energética de las baterías, en comparación con los combustibles líquidos convencionales, hace que uno tenga que olvidarse de los camiones o la maquinaria pesada: la locomoción eléctrica, de momento, parece estar limitada a los vehículos automóviles ligeros (turismos y motocicletas)nota 3.

   Un argumento que se esgrime para resolver estos problemas es la confianza en el desarrollo tecnológico. En relación con ello, parece olvidarse que los problemas que arrastra el uso de baterías en la locomoción no son cosa de ahora, sino de hace más de 100 años. Los ingenieros de finales del siglo XIX, de cuando los coches eléctricos les ganaban la partida a los de gasolina, luchaban con los mismos problemas que ahora: la escasa autonomía de la batería y el elevado tiempo necesario para recargarla. Este hecho revela que no puede esperarse una solución espectacular para estos problemas en el plazo de una o dos décadas, como sugerirían los tecno-optimistas. Existe otra confusión habitual, también de corte tecno-optimista, y es emplear el ritmo de avance en otras áreas, como la electrónica, como patrón básico cuando se habla de desarrollo tecnológico. Que la capacidad de un ordenador se haya multiplicado por mil en pocos años no significa que en el mundo de las baterías sea factible un avance tan espectacular. Los problemas físicos y  químicos envueltos no son los mismos en el mundo de la electrónica que en el mundo de las baterías. Confiar que en una o dos décadas van a arreglarse los problemas con las baterías en la automoción eléctrica, problemas que se arrastran desde hace más de un siglo, es como decir que en una o dos décadas la medicina nos permitirá vivir 20 años más; ni una cosa ni otra puede darse por descontado, más bien todo lo contrario: la prudencia nos obliga a pensar que no será así. 

   Pueden apuntarse otros problemas relacionados con la locomoción eléctrica, como la progresiva escasez de materias primas para construirlos. El cobre barato y fácil de extraer se está agotando, hoy en día hay que mover toneladas de roca para conseguir unos kilos de este metal, con lo que es posible que pronto la fuente más asequible del mismo sea el reciclajenota 4. Y los coches eléctricos usan una gran cantidad de cobre, además de ciertos metales raros y escasos. Por otro lado, el componente básico de las baterías actuales, el litio, también es un recurso finito. Con las previsiones de demanda actuales relacionadas con los vehículos eléctricos, su oferta está garantizada. Pero si hablamos de sustituir todo el parque automovilístico mundial (1.200 millones de vehículos) en este siglo, o incluso doblarlo para 2040, como indican algunas previsiones (IEA, 2016), entonces la disponibilidad de litio es más que discutible. Ya no vivimos en un mundo de grandes horizontes, con recursos prácticamente ilimitados, tanto en lo que se refiere a fuentes de energía, como a recursos minerales y alimentos. Tal vez esa era la mentalidad dominante a principios del siglo XX, pero ahora estamos en el siglo XXI y las cosas han cambiado. Hoy en día tenemos que adoptar un punto de vista más racional, y tener en cuenta no solo nuestros deseos de crecimiento, sino también las posibilidades del medio que nos rodea. Aceptar sin más que no habrá en el futuro problemas en el transporte por carretera, porque contaremos con 2.400 millones de vehículos eléctricos en 2040 a nuestra disposición, es una asunción insostenible porque elude dificultades básicos, como la de que cada uno de estos vehículos necesita unos cuantos kilos de litio, lo que significa consumir los 14 millones de toneladas (U.S. Geological Survey, 2017) que existen en el mundo antes de que finalice el siglo. 

   Pero uno de los mayores problemas en relación con la locomoción eléctrica como heredera de la locomoción tradicional, basada en motores de combustión interna, es el de la energía. Los automóviles eléctricos consumen electricidad. Tanto si uno los conecta en su red doméstica como en un punto de recarga rápida (si encuentra alguno en su país) se consume una electricidad que el usuario tiene que pagar. La cuestión vuelve a ser la escala: unos cuantos vehículos eléctricos en las ciudades no suponen ningún problema para las redes de producción y distribución eléctrica actuales, pero si hablamos de miles de millones de estos vehículos no está tan claro de dónde va a salir toda la electricidad necesaria. Si hoy en día tenemos energía eléctrica barata y abundante es porque tenemos combustibles fósiles a nuestra disposición; no hay que olvidar que son estos la base de nuestra economía, los que contribuyen a hacer posible todo lo demás. Es el excedente energético proporcionado por los combustibles fósiles lo que explica en buena medida el grado de desarrollo material alcanzado por el mundo, y es ese mismo excedente lo que ha permitido mantener el estado de bienestar. Una parte esencial de ese bienestar es, como decimos, la disponibilidad de energía eléctrica barata y abundante, pero esto es algo que no podemos dar por garantizado en el futuro; una vez más, recordemos que no estamos ya en el siglo XX, sino en el siglo XXI. En el caso de la electricidad, como en muchos otros asuntos, es necesaria una actualización urgente de nuestra mentalidad, para hacerla acorde con los nuevos tiempos, de esa manera los necesarios ajustes que tendremos que abordar no nos pillarán por sorpresa.


Notas:
 La información sobre los vehículos eléctricos, incluyendo sus ventajas, sus problemas, la comparación con los tradicionales así como sus perspectivas de futuro, es cada vez más abundante en internet. Puede consultarse, por ejemplo, Electric vehicles in Europe (EEA, 2016). Volver al texto
 Para más información sobre el progresivo agotamiento de los recursos minerales terrestres, véase el trabajo Thanatia. The destiny of the Earth's mineral resources. A thermodynamic cradle-to-cradle assessment (Valero Capilla y Valero Delgado, 2015). Volver al texto


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jueves, 20 de enero de 2022

Las carreteras y el fin de la era del petróleo - Fragmento 19

 

Citación sugerida:
Molina Molina, José Antonio (2020): Las carreteras y el fin de la era del petróleo.

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6. La falta de sustitutos al petróleo en el transporte por carretera


Durante el siglo XXI los combustibles fósiles, sobre todo el petróleo y el gas natural, y en menor medida el carbón, entrarán en decadencia, lo que significa que serán cada vez más difíciles de obtener. Ello tendrá consecuencias directas en cuanto a la viabilidad de nuestro modo de vida actual. La gravedad de dichas consecuencias se relaciona con dos ideas mutuamente relacionadas: la enorme dependencia que tiene nuestra civilización con los combustibles fósiles y la falta de sustitutos comparables en calidad y prestaciones. Ello es especialmente cierto en el sector del transporte, hasta el punto de que es válido decir que el declive del petróleo se traduce inmediatamente en el declive del transporte, tal y como lo conocemos, y en particular, en el declive del transporte por carretera.

   La relevancia del petróleo en el sector del transporte carece de discusión. En el mundo hay unos 1.200nota 1 millones de vehículos, y casi la totalidad de todos ellos funcionan con combustibles líquidos de origen fósil. Debido a su alta densidad energética, estos combustibles no tienen rival en lo que se refiere a los turismos, y en camiones u otros vehículos pesados son insustituibles. Ni que decir tiene que, sin combustibles fósiles, o si el precio de los mismos se eleva de manera irreversible, el transporte aéreo, un ingente consumidor de queroseno, terminaría para siempre o pasaría a ser el privilegio de una élite muy reducida. La conectividad espacial entre las distintas regiones del mundo civilizado puede experimentar un extraordinario revés en un escenario de encarecimiento del petróleo. Pero lo que aquí nos ocupa es el transporte por carretera, que es el medio de transporte que más energía consume en Europa. De hecho, si nos fijamos solo en el transporte interior en el continente, lo que significa excluir la aviación internacional, el transporte por carretera consume el 94,6% de toda la energía que los europeos consumen en desplazarse. Si nos fijamos únicamente en el transporte terrestre, lo que significa excluir la aviación y la navegación interiores, entonces el transporte por carretera consume el 97,8% de la energía, pues el transporte ferroviario consume solo un 2,2% del total.

Figura 6.1: Consumo energético del transporte interior en la Europa de los 28, según el modo de transporte y con datos del año 2013. El transporte por carretera es, con diferencia, el medio que más energía consume. Fuente: Eurostat y elaboración propia.


   Si nos preguntamos qué fuente de energía empleamos principalmente en el transporte, la respuesta inmediata es que se trata de los combustibles líquidos derivados del petróleo. Estos significan más de un 94% del total de los combustibles que empleamos en el transporte en Europa. Este dato basta por sí solo para afirmar que, a día de hoy, una tendencia hacia el agotamiento o el encarecimiento progresivo de los precios del crudo conducirían a una crisis generalizada en el sector del transporte. Si esta tendencia fuera más rápida que la capacidad del sector para adaptarse a nuevos combustibles alternativos, o a nuevas tecnologías de la automoción, entonces tendríamos que hablar de un colapso del transporte terrestre sin precedentes, fenómeno que arrastraría consigo al resto de los sectores de la economía, pues todos, en mayor o menor medida, están vinculados con él.



Figura 6.2: Combustibles empleados en el transporte europeo, con datos del año 2012. Los combustibles de origen fósil suman casi un 95% del total. Fuente: Eurostat y elaboración propia.


   En este punto es donde cabe preguntarse si existen esos combustibles alternativos, o esas nuevas tecnologías que permitan soñar con la continuidad del sector del transporte en las próximas décadas, tal y como lo conocemos, una vez que el empleo de los combustibles de origen fósil sea inviable por escasez o por un encarecimiento insostenible. Existe una tendencia a pensar que sí, debida sobre todo al entusiasmo que despertaron en su momento los biocombustibles, y también a la incipiente locomoción eléctrica. Parece un hecho que estas innovaciones están llamadas a tener un papel muy relevante en el transporte por carretera del futuro inmediato, pues de hecho ya tienen una pequeña representación en la locomoción europea, como se ha visto en el gráfico anterior. Pero una cosa es que existan en el mercado nuevos vehículos que no dependen de los combustibles fósiles, pues la evidencia indica que los hay, y otra cosa muy distinta es que dichos vehículos vayan a ser capaces de sustituir a los actuales, o de hacerlo a un ritmo lo bastante rápido. 

   Sobre los biocombustibles, se trata de productos obtenidos a partir de ciertos cultivos, residuos agrícolas o de la silvicultura, etc. No sirven por sí solos para alimentar los automóviles convencionales, sino que se emplean mezclados con otros combustibles tradicionales. Esta operación se realiza con el propósito de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. La teoría decía que, aunque la quema de estos biocombustibles emite también CO2, hay que descontar la cantidad de este gas que la planta absorbió durante su crecimiento. Por tanto, se suponía que globalmente estos nuevos combustibles eran más limpios que los tradicionales, de manera que si se añadía una pequeña proporción de los mismos en las estaciones de servicio, se contribuiría a luchar contra el cambio climático. En la práctica, sin embargo, los resultados de esta operación, hasta el día hoy, parecen haber sido muy negativos: el consumo de biocombustibles en el norte (Europa y Estados Unidos, principalmente) ha causado una gran demanda de los mismos, de manera que en el sur, muchas zonas dedicadas a cultivos alimentarios se han sustituido por monocultivos productores de biocombustibles, lo que ha encarecido los alimentos y favorecido la amenaza del hambre. Además, esa misma demanda ha provocado deforestación, para conseguir nuevas tierras para estos cultivos energéticos, pero con esa pérdida de masa forestal la capacidad de esta para absorber CO2 desaparece también. En otras palabras, los biocombustibles no solo han entrado en competencia con la alimentación (¿qué preferimos, alimentar a las personas, o a los coches?) y han causado la tala de bosques y selvas, sino que han contribuido a producir más gases de efecto invernadero. A ello hay que unir la escasa eficiencia energética de estos nuevos combustibles (solo pudieron salir adelante con subvenciones estatales), que requieren el empleo de maquinaria de cultivo (que consume petróleo y emite CO2) y los productos químicos típicos de la agricultura intensiva. Hoy, la Unión Europea ya ha reconocido estos problemas y está revisando su política sobre ellonota 2, abogando por el empleo de biocombustibles exclusivamente procedentes de residuos y desechos (y no de cultivos específicos, salvo los de algas), lo que previsiblemente reducirá la oferta de los mismos. Por todas estas razones cabe decir que las esperanzas puestas en los biocombustibles han sido infundadas, y que nunca podrán sustituir al petróleo en la locomoción terrestre, salvo a muy pequeña escala.


Notas:
 En 2014 había en el mundo unos 884.382.000 coches registrados, y otros 323.623.000 entre vehículos de mercancías y autobuses, lo que da un total de 1.208.005.000 vehículos en el mundo, según la edición 2015 del Ward’s World Motor Vehicle Data, pp. 302-305 (citado en Davis et al., 2016). Volver al texto
 Véase http://www.europarl.europa.eu/news/es/news-room/20150424IPR45730/parliament-supports-shift-towards-advanced-biofuels, fecha de consulta: 10/2/2017. Volver al texto

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jueves, 13 de enero de 2022

Las carreteras y el fin de la era del petróleo - Fragmento 18

 

Citación sugerida:
Molina Molina, José Antonio (2020): Las carreteras y el fin de la era del petróleo.

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   Cuando se trata de plantear una nueva vía en una red viaria existente, la opción del viaducto, ya discutida, es la que más garantías ofrece para equilibrar la necesidad humana del transporte por carretera con la obligación de proteger los ecosistemas que la carretera debe atravesar. Los túneles son otra opción aunque, como los viaductos, representan un coste sustancialmente mayor que el de una carretera convencional. Además de suprimir el efecto barrera que lleva a la fragmentación de los ecosistemas, frente a los viaductos tienen la ventaja de no presentar impacto paisajístico. Ahora bien, los túneles representan un gran movimiento de tierras, y la posibilidad de que, tras caer en desuso, terminen por colapsar, con lo que acabarían por afectar a la superficie. En cualquier caso, pueden suponer una buena opción en algunos lugares, mientras que en otros son inevitables para evitar largos rodeos.

Figura 5.5: Reducción de la fragmentación del territorio mediante viaductos y túneles. El sistema viario de la izquierda fragmenta gravemente el territorio, y puede condenar los hábitats naturales del lugar a una decadencia irreversible. El sistema viario de la derecha, en cambio, combina dos viaductos con un túnel, lo que reduce al mínimo la fragmentación del territorio, permitiendo la convivencia entre las estructuras artificiales del hombre y la naturaleza. Aunque el segundo sistema viario es más caro, al respetar la naturaleza contribuye a preservar el futuro de la humanidad (que depende de ella para subsistir), en lugar de arruinarla debido a un sistema de transporte (el de los automóviles que se alimentan de combustibles de origen fósil) que podría quedar obsoleto.


   En carreteras ya construidas y que ya han fragmentado el terreno natural de manera irreversible, lo único que puede abordarse son medidas paliativas que reduzcan algunos de sus consecuencias nocivas, como el efecto barrera. La idea es recuperar una parte de la antigua conectividad de la zona tratando de enlazar los terrenos de ambos lados de la carretera mediante estructuras específicamente diseñadas para permitir el uso de la fauna local. A veces, ello puede conseguirse con pasos elevados por encima de la vía, es decir, por medio de puentes específicamente acondicionados para que los animales los atraviesen. Cuando estos pasos para fauna son lo bastante anchos como para permitir la continuidad de un hábitat suelen llamarse ecoductos. Estos últimos están cubiertos de tierra y vegetación, de manera que los animales no encuentran discontinuidades que les hagan desconfiar. Se trata de que, al menos a través de ese lugar, el ecosistema fragmentado por la vía conserve todavía cierta conectividad natural entre las dos partes divididas, a ambos lados de la vía. Para ello tienen que ser diseñados cuidadosamente. Deben ser lo bastante anchos como para que los animales no experimenten la sensación de sentirse encajonados, o disuadidos ante el ruido del tráfico inferior, y sus bordes deben estar provistos de barreras protectoras o de vegetación de cobertura, también para limitar el ruido del tráfico en el ecoducto e impedir la visión de los veloces automóviles que pasan por debajo. Para que sean efectivos, además de las medidas anteriores deben ser diseñados de manera que el terreno circundante o la vegetación contribuyan a encauzar a los animales a pasar por el ecoducto, en lugar de que intenten hacerlo atravesando la carretera, que debe también estar provista de barreras. Estos ecoductos suelen planificarse en nuevas carreteras que atraviesan espacios protegidos, en los que el efecto barrera de la nueva vía sería desastroso. No obstante, a lo largo de Europa también empiezan a darse casos de construcción de pasos superiores de fauna y ecoductos en carreteras ya construidas. Es evidente, en cualquier caso, que una fractura kilométrica en el ecosistema debida a una carretera tiene efectos nocivos sobre el mismo, y no está claro que estas conexiones puntuales (pasos de fauna o ecoductos) vayan a impedir la degradación natural del lugar. No obstante, su necesidad es clara, sobre todo en vías de gran anchura o de varias calzadas separadas: construir una serie de ecoductos hace que se conserve, al menos, una mínima conexión natural entre los dos lados de la vía, permitiendo el flujo migratorio, genético, y de búsqueda de recursos de la fauna. Si los ecoductos son suficientes por sí solos para salvar un hábitat fragmentado por una carretera de la degradación es difícil saberlo, dado que involucra observaciones a largo plazo, mientras que estos puentes específicos para animales son soluciones relativamente nuevas que, en el caso de construirse sobre carreteras existentes, conectan hábitats que ya han sido perjudicados.

   Otra solución son los pasos inferiores de fauna, que transitan por debajo de la carretera. Algunos son lo bastante grandes como para permitir el paso de grandes mamíferos, y en ocasiones son compartidos por el hombre. Otros son pequeños pasadizos o túneles, específicamente pensados para algunas especies de pequeños mamíferos. En estas infraestructuras, el diseño también es fundamental. Es preciso guiar a los animales mediante vallas, vegetación, rocas, o muros para que desistan de cruzar sobre la carretera y utilicen el paso inferior, y las dimensiones del mismo deben ser adecuadas al tipo de animales que lo utilizarán, además de estar posicionados de manera que no queden inundados o colmatados por sedimentos. Como en el caso de los ecoductos o los pasos superiores de fauna, los pasos inferiores pueden ser cruciales para asegurar el mantenimiento de una mínima continuidad natural entre los dos lados de la carretera, pero no garantizan que el ecosistema fragmentado por ella no vaya a seguir degradándose. 

   Los pasos superiores e inferiores de fauna pueden entenderse como pequeños puntos de sutura que tratan de cerrar una herida abierta. Los ecoductos son proyectos más ambiciosos que mejoran algo más la conectividad entre los hábitats a ambos lados de la vía, pero también son más caros y, aunque existen varios ejemplos en Europa, todavía no forman parte del vocabulario popular. Con todo, el hecho mismo de que existan estas infraestructuras en Europa significa que, al menos, comienza a haber una mínima conciencia en las administraciones con respecto a los graves perjuicios que provocan las carreteras en el medio natural europeo. Solo el tiempo demostrará el grado de eficiencia de estas medidas paliativas, puentes o túneles diminutos en mitad de larguísimas y laberínticas fallas de asfalto.

   Aparte de los viaductos, los túneles, los pasos superiores e inferiores de fauna y los ecoductos hay otras medidas que pueden contribuir a reducir la fragmentación que provocan las carreteras en el paisaje que se relacionan con el propio diseño de la red viaria o de sus nuevos tramos. Por ejemplo, debería evitarse la construcción de una nueva carretera si su función podría ser cubierta por una carretera ya existente después de algunas mejoras o actualizaciones destinadas, por ejemplo, a aumentar su capacidad. Las nuevas carreteras tampoco deberían distribuirse caprichosamente por el territorio, sino aprovechar otros trazados ya existentes: dos carreteras que fluyen muy juntas, o una carretera que discurre junto a una vía de tren, presentan un efecto barrera muy alto, pero fragmentan el paisaje menos de lo que lo harían si estuvieran separadas (véase nota 15). También hay que evitar las intersecciones demasiado amplias, que devoran el terreno, o las vías de circunvalación que discurren lejos de las urbanizaciones que deben rodear. No olvidemos, por otro lado, que las carreteras conectan asentamientos humanos (residenciales, industriales, etc.) y que, por consiguiente, la manera en que estos se distribuyen por el paisaje condiciona la distribución de las carreteras necesarias para conectarlos. De ello se sigue abogar por un urbanismo más comedido, con mejor aprovechamiento del espacio, y en el que se reduzcan al mínimo las vías de intercomunicación entre las urbanizaciones, que pueden quedar conectadas mediante vías de servicio a una ruta principal. 

   En definitiva, puede decirse que debemos entender la tierra como un fluido, y que nuestras carreteras, nuestras ciudades, nuestra agricultura, etc. representan la construcción de presas que evitan el flujo de la vida. Aquí hemos discutido los efectos de la fragmentación que provocan las redes viarias, pero la parcelación antropogénica del territorio se debe también a las ciudades, las urbanizaciones, los polígonos industriales, la agricultura, las tierras dedicadas a pastos, la minería, la tala de bosques, las presas, las alambradas, las vallas y los elementos que delimitan las propiedades privadas, etc. Es muy difícil saber el efecto global de esta fragmentación masiva del mundo natural, entre otras cosas porque sus consecuencias podrían no ser visibles hasta dentro de varias décadas. La degradación de los ecosistemas europeos a día de hoy no responde a los efectos de la fragmentación de ahora mismo, sino a la de décadas atrás y a sus efectos acumulativos. Del mismo modo, los verdaderos efectos nocivos de la fragmentación actual podrían no ser visibles hasta dentro de varias décadas. Ello debería convencernos de la urgencia de hacer frente al problema. Si no hay certidumbre completa acerca de cuál será el estado del medio natural europeo debido a la fragmentación antropogénica de los hábitats de hoy en día, sí podríamos afirmar que será peor al actual si seguimos por el mismo camino.

   Se han puesto de manifiesto en los párrafos precedentes los graves efectos que tienen las carreteras en los ecosistemas naturales, y se han discutido algunas medidas que pueden contribuir a reducirlos. Es evidente, sin embargo, que cuando se plantean infraestructuras que pueden tener impactos muy negativos en el medio ambiente, la primera condición es evaluar de manera realista las necesidades que pretenden cubrirse con su construcción, de manera que el proyecto se dimensione adecuadamente. Un proyecto sobredimensionado, preparado para cubrir necesidades mayores que aquellas a las que finalmente tendrá que hacer frente, involucra no solo un despilfarro económico, pues se ha gastado más de lo que debía gastarse, sino también un impacto sobre el medio ambiente mayor del que era estrictamente necesario. Una carretera está sobredimensionada si su capacidad supera los niveles de tráfico habituales que tendrá que servir. De la misma manera, una red viaria completa estará sobredimensionada si está preparada para dar servicio a una flota de vehículos superior a la que la utilizará normalmente, en la práctica. En general, los sistemas viarios se proyectan suponiendo que siempre habrá un aumento de la demandanota 19, es decir, que siempre habrá más y más coches circulando por ellas, siguiendo una tendencia alcista e imparable ante la que nadie osaba predicar un final. El problema de hoy en día es que el final de esa tendencia alcista podría estar en ciernes. 

   Es cierto que no se puede culpar a las administraciones de proyectar las carreteras no de acuerdo a la demanda actual de tráfico, sino bajo la suposición de un aumento de la misma, porque tal ha sido la tendencia de todo un siglo. La flota mundial de vehículos automóviles no ha hecho más que aumentar y aumentar durante todo el siglo XX, por lo que estaba justificado aumentar las redes viarias no ya para satisfacer el tráfico actual, sino pensando en el tráfico del futuro, que se asumía siempre superior en volumen al actual. Como hemos apuntado, ¿quién puede culparles de esa asunción, si ha sido la máxima que ha descrito todo un siglo? Uno de los principales axiomas del sistema económico, el que parece postular la posibilidad de un crecimiento perpetuo, coincidía, pues, con los hechos contrastables, pues el número de automóviles en el planeta no dejó de crecer de manera espectacular durante 100 años. La evidencia de este hecho, y del crecimiento imparable de los países industrializados, disuadía los esfuerzos de poner en cuestión ese axioma y su evidente irracionalidad, pues no es posible un crecimiento ilimitado a partir de unos recursos materiales y energéticos limitados.

   Pero nos avocamos a un tiempo en que los hechos podrían empezar a desviarse cada vez más del axioma del crecimiento, con lo que su irracionalidad se pondría de manifiesto por la fuerza de las evidencias. En particular, el progresivo encarecimiento de los combustibles fósiles provocará, aparte de una ralentización global en la economía a nivel mundial, una reducción paulatina de la flota mundial de vehículos automóviles, lo cual conducirá a más y más carreteras vacías. Ignorar estos hechos, y seguir proyectando las carreteras, aquí y ahora en el siglo XXI, igual que se hacía en el siglo XX, como si el tráfico fuera a seguir aumentando para siempre, puede ser un grave error estratégico. Las carreteras, como hemos visto en el capítulo anterior, suponen un enorme sacrificio económico para los Estados. Suponen, también, y como hemos visto en este capítulo, la degradación de muchos ecosistemas, de manera que en algunas zonas de Europa la situación es tan dramática que apenas existe en ellas algún rastro de los hábitats naturales originarios. Siendo esto así, y añadiendo los indicios que sugieren para las próximas décadas la escasez o el encarecimiento irreversible de los combustibles líquidos, parece lícito cuestionarse los nuevos proyectos viarios que se planean para los próximos años en todo el mundo y, especialmente, en Europa, dado que nuestro continente es uno de los más fragmentados del mundo debido a las redes viarias. 


Notas:

 19 En ingeniería del tráfico se habla de distintas fases en el planeamiento vial: análisis de la situación actual, análisis de la situación futura, evaluación de posibles opciones para conseguir los objetivos perseguidos, selección de la opción más conveniente y su puesta en práctica. La fase de análisis de la situación futura involucra una serie de modelos matemáticos que, entre otros objetivos, buscan estimar el tráfico del futuro en relación con el actual. De entre los métodos habituales (el del factor uniforme, el del factor promedio y los exponenciales) todos incluyen un factor de crecimiento, es decir, suponen que el tráfico del futuro será mayor que el actual. Se admite que el cálculo de dicho factor depende de muchos factores externos a las redes viarias y que son de difícil estimación, como la evolución de la economía, de la actividad industrial, o de las decisiones políticas, por consiguiente, conseguir una estimación precisa de ese factor es casi imposible, sobre todo a largo plazo (Bañón Blázquez y Beviá García, 2000). Con todo, el hecho de que se le llame ‘factor de crecimiento’ es significativo, porque implica que la suposición de que la demanda de tráfico es una magnitud que siempre sigue una tendencia creciente está firmemente consolidada. Volver al texto



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