Citación sugerida:
Molina Molina, José Antonio (2020): Las carreteras y el fin de la era del petróleo.
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Figura 7.2: Pronóstico de suministro mundial de petróleo para las próximas décadas, en millones de barriles diarios, según el escenario de referencia manejado por la Agencia Internacional de la Energía. Puede observarse el pico mundial alcanzado en la producción de los petróleos convencionales, hacia 2005-2006. La toma en consideración de los líquidos de gas natural, así como de los petróleos no convencionales, parece que solo consiguió retrasar el pico mundial de producción al año 2015. La producción de estos nuevos petróleos, típicos del siglo XXI, no conseguirá evitar la drástica caída en el suministro mundial de petróleo. A esta escasez progresiva en cuanto al volumen de crudo producido se añade el peor rendimiento energético del mismo: al aumentar la proporción de petróleos difíciles de obtener, y por la propia física de los yacimientos (caída en la presión de la bolsa, etc.) la producción de petróleo demandará cada vez más energía, lo que conllevará una progresiva pérdida de la energía neta disponible para la sociedad. Dada la relación entre el suministro de crudo y su rendimiento energético con la economía, lo que este gráfico nos indica es la posibilidad de una recesión económica sin precedentes en las próximas décadas. Fuente: IEA y elaboración propia.
En este punto siempre hay quien intenta contrarrestar el pesimismo que se deriva de los datos anteriores con argumentos que, a priori, parecen válidos, pero que tras un leve análisis podrían revelarse como apresurados. Uno de los argumentos más socorridos se basa en la confianza en el desarrollo tecnológico. Consiste en proclamar que los avances en las técnicas de extracción conseguirán acceder a petróleos cada vez más difíciles de obtener, y empleando cada vez menos energía. Es decir, se trata de suponer que la tecnología tendrá una capacidad ilimitada para seguir convirtiendo los recursos de petróleo en reservas aprovechables. Pero los defensores de este argumento suelen ser los economistas, rara vez lo son los científicos e ingenieros. Estos saben que los avances tecnológicos pueden incrementar la eficiencia de ciertos procesos, pero no pueden luchar contra las leyes de la naturaleza, y en particular, contra las leyes físicas que describen el agotamiento de una materia prima. Ya lo hemos discutido antes con el ejemplo del cobre: 2.000 años atrás las minas de cobre estaban a rebosar, y las civilizaciones antiguas podían obtener los minerales que contenían este metal manualmente, con pico y pala. Tras miles de años de explotación, el cobre fácil se va terminando y deja paso al cobre difícil, aquel que requiere mover toneladas de roca para obtener unos cuantos kilos de los minerales que lo contienen. El desarrollo tecnológico puede, a lo sumo, diseñar mejor maquinaria pesada para triturar la roca, o hacer que los pesados camiones que transportan el mineral desde el fondo de las minas hasta la superficie consuman unas gotas menos de combustible, pero eso no va a cambiar el hecho de que el cobre fácil se ha agotado, de que ahora obtener el cobre requiere remover cada vez más toneladas de roca, y para ello hay que emplear ingentes cantidades de energía (que se traducen en ingentes cantidades de dinero). Con el petróleo sucede lo mismo: conforme se acaba el petróleo fácil solo queda a nuestra disposición el difícil, el que requiere cada vez más energía (es decir, más petróleo) para obtenerlo. Puede llegar un momento en que, para obtener un barril de petróleo, uno tendría que gastar otro completo, con lo que el crudo dejaría de ser una fuente de energía primaria viable para la sociedad
nota 6. Confiar en que el desarrollo tecnológico conseguirá eludir indefinidamente ese momento es un error tan grave como esperar que, dentro de poco, los avances en medicina nos permitirán vivir 200 años. Frente a un asunto tan serio como la supervivencia de nuestro modo de vida en las próximas décadas, el cual depende directamente del suministro energético, cabe demandar el ejercicio de una sensata prudencia, antes que dejarse arrastrar por una insensata confianza en los milagros.
Conviene recordar, por otro lado, que el desarrollo tecnológico no es posible sin inversiones. Son las inversiones en el sector, de hecho, la gran demanda de la Agencia Internacional de la Energía. Según este organismo, lo único que puede revertir la drástica caída en el suministro mundial de petróleo que se avecina en las próximas décadas consiste en las inversiones destinadas a la apertura de yacimientos ya localizados pero aún sin explotar, así como a la búsqueda de nuevos yacimientos. De los primeros, la Agencia prevé que, de ponerse en funcionamiento, tendrían una producción creciente que llegaría a los 25,8 mb/d en 2040 (IEA, 2016). De los segundos, aunque aquí habría ya que hablar de mera conjetura, la Agencia prevé que alcanzarían una producción anual de 14,5 mb/d (ídem). Ello daría una producción total de 100,7 mb/d para 2040, algo que todavía quedaría por debajo de la demanda prevista para ese año (107,7 mb/d, según apuntamos más arriba).
Notas:
6 Este problema, el de la tasa de retorno energético, o lo que es lo mismo, la relación entre la energía que obtenemos de un recurso y la energía que hemos consumido para obtenerlo, es fundamental. La cuestión va mucho más allá del petróleo, e involucra al mantenimiento de toda nuestra civilización. Se puede enunciar diciendo que la existencia de una civilización es viable mientras exista la posibilidad de disponer de una energía neta positiva de la naturaleza. Como ya hemos discutido, la explotación de todas las materias primas o recursos energéticos sigue el mismo patrón: primero la civilización obtiene los más fáciles de encontrar y de extraer, de manera que deja para el futuro los más difíciles, es decir, los más inaccesibles o los que requieren mayor gasto energético. La disponibilidad de abundante energía neta positiva (producto de las materias y recursos fáciles) facilita un gran crecimiento de la civilización, con lo cual aumentan sus necesidades energéticas, y por tanto la presión sobre los recursos aumenta también. Ello acelera el agotamiento de los recursos fáciles y va dejando únicamente los recursos difíciles, que requieren más energía para obtenerlos. Así, la energía neta disponible se va reduciendo. Al principio, el desarrollo tecnológico consigue suplir en parte esa mayor dificultad, pero no puede revertir el hecho físico de que cada vez hay que emplear más energía en obtener los recursos que mantienen la civilización. Puede llegar un momento en que la energía neta disponible se aproxime a cero. Si esa civilización no tiene posibilidades de expansión hacia otros lugares con recursos abundantes y fáciles de obtener, se ve condenada a desaparecer o a reducirse de manera traumática. Según esto, en el caso de una civilización planetaria, como tiende ser la nuestra, la única posibilidad de salvación residiría en la expansión hacia el espacio: si lo que buscamos son hidrocarburos, algunos cuerpos celestes, como Titán, la luna de Saturno, los tienen a rebosar. Volver al texto
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