jueves, 19 de enero de 2023

La lengua europea común - Fragmento 9

 

2. UN CAMINO DISCURSIVO A LA LENGUA EUROPEA COMÚN


2.1 La aspiración de la unidad en el seno de la fragmentación


Hemos expresado la necesidad de no demorarse demasiado en las preguntas no pertinentes cuando el sueño a conseguir, que no es una mera aspiración idealista, sino una necesidad, aparece diáfano ante nosotros. Aquel que se ha comprometido con el sueño de una Europa unida, pero se demora en demasía pretendiendo encontrar, por ejemplo, lo que lo europeo es o deja de ser antes de emprender cualquier acción, es como el excursionista que, antes de dar el primer paso, registra una y otra vez su mochila para saber si todo está en orden y si tendrá todo lo necesario para llegar a su destino. Unas veces querrá saber si lleva la brújula, otras el mapa. Otras se demorará buscando las cerillas o el encendedor, y luego rebuscará para encontrar los calcetines de repuesto. Después de un rato con estas pesquisas, olvidará si lleva la brújula y volverá a buscarla. Y así, aunque el camino se abre ante sus ojos, no dará nunca el primer paso por su mezcla de indecisión y de necesidad de control absoluto de las condiciones de partida. Hemos superado esa etapa tratando de clasificar las preguntas en pertinentes y en no pertinentes, y nos hemos concentrado en las primeras. 

   Así que ahora el excursionista, libre de su irresolución inicial, se apresta a dar el primer paso, pero se detiene, súbitamente y con espanto, al percibir delante de sí una encrucijada de caminos que, en principio, le llevan a un mismo destino. ¿Qué camino debería tomar? Es evidente que solo puede tomar uno. Otros viajeros elegirán otro y llegarán al mismo destino. Cada viajero elegirá su senda de acuerdo a sus preferencias o habilidades. Unos elegirán el bosque, otros el río, otros el campo, otros la montaña, etc. Nosotros, igual que el viajero, solo podemos tomar un camino. Otros tomarán otro, pero el destino, la unidad de Europa como un solo pueblo, ha de ser el mismo. Nuestro camino para alcanzar dicha meta pasa por la superación de la fragmentación, que se sustenta en la diversidad lingüística europea, y tener esto en mente, qué duda cabe, condicionará nuestras preguntas y las respuestas que elaboremos para ellas.

   Recordemos una vez más el objetivo final, pues es la base de todo y sin el cual nada de todo esto tiene sentido: garantizar la paz, la libertad, la prosperidad y la seguridad en el continente europeo. La paz es el objetivo más explícito y urgente, porque su antítesis, la guerra, puede llevar a la destrucción misma de Europa. No se trata de una paz equivalente a una situación de equilibrio tenso y vigilante entre las potencias, que no es sino un interludio en mitad de un eterno conflicto; la paz buscada ha de ser permanente, ha de formar una parte constituyente de la estructura misma de una sociedad paneuropea. La libertad es también parte del sueño, que se asocia con la democracia, así como la prosperidad, cuyo anhelo se asocia con la convicción de que las economías nacionales son demasiado pequeñas para tener un papel activo por sí solas en el conjunto del planeta, y la seguridad, necesaria para garantizar la defensa contra cualquier agresión, interna o externa.

   Paz, libertad, prosperidad y seguridad son todos conceptos que entroncan con una sola idea: la de la unidad. Porque Europa ha estado fragmentada por imperios, por feudos, por reinos, por naciones, etc. que no han respondido a la racionalidad ni a los presupuestos del derecho en sus relaciones, convirtiéndose en depredadores, saqueadores o víctimas, y sirviéndose para sus fines de la vida y la muerte de aquellos a quienes debían proteger y servir —los hombres y las mujeres—, Europa ha sido un continente donde ha imperado la ley de la jungla, independientemente de que las bestias que lo han habitado se consideraran a sí mismas racionales en algunas fases de su desarrollo. Un ordenamiento supranacional, vinculado a los presupuestos del derecho, de cara a conseguir la unión federal de esas bestias —que ahora tienen la cara de Estados nación— es el camino emprendido por la actual Unión Europea. Es uno de los caminos a la unidad, pero no será el nuestro y, como hemos dicho, adolece de una contradicción estructural: la de suponer que los Estados nación pueden agruparse bajo una unión federal sin que dejen de ser Estados naciónnota 1.

 El conjunto de nuestras aspiraciones (paz, libertad, prosperidad y seguridad) se relacionan estrechamente, pues, con la unidad. Pero si se parte de una premisa falsa como que la que sostiene que Europa se compone de naciones, se alcanzará una conclusión equivocada, como la de pensar que unir a Europa es lo mismo que unir naciones. A no ser que estas consigan involucrar a los ciudadanos de manera activa y persistente en el proceso de integración, la unidad resultante no será sino una unión de estructuras políticas —los Estados nación— y no una verdadera unión cohesionada de los constituyentes últimos. Es nuestra definición de Europa, a la que entendemos como el sistema compuesto por los habitantes del continente homónimo, partícipes todos ellos de un mismo ethos o intersubjetividad, la que nos impulsa a ir por otro camino distinto. Diremos, por tanto, que si Europa está fragmentada y Europa se compone de europeos, entonces son los europeos aquello a lo que hay que unir para conseguir una Europa unida.

  En este punto pueden considerarse contestadas varias preguntas fundamentales. A la pregunta de qué queremos o qué necesitamos nota 2, contestamos que la paz, la libertad, la prosperidad y la seguridad. Un leve análisis indica que lo que ha conducido a la ausencia de esos estados ideales ha sido la fragmentación de Europa, cuya manifestación más evidente son las naciones, pero no la única. Contra la fragmentación, hay que luchar por la unidad. Antes de avanzar es preciso revisar estos dos términos para evitar confusiones. Fragmentación no es lo mismo que diversidad, aunque sí puede decirse que la fragmentación puede servirse de la diversidad cuando así lo ha estipulado oportuno para reforzarse o legitimarse. Así, por ejemplo, afirmamos que las naciones son una manifestación de fragmentación, mientras que el multilingüismo es una expresión de diversidad. Es la fragmentación la que origina las guerras, no la diversidad. Ningún europeo mata a otro porque hable otra lengua, sino porque ha interiorizado, bajo coacción, la servidumbre a un Estado aun a costa de su propia vida o de convertirse en un asesino. Por ello debe distinguirse cuidadosamente lo que estamos diciendo cuando hablamos de una Europa fragmentada o dividida, y de una Europa plural o diversa. 

   La unidad, que postulamos como necesidad para vencer la fragmentación, no atenta pues contra la diversidad. Dicho de otra manera, unidad no es uniformidad. Trabajar por la unión de Europa no implica la homogeneización del continente, despropósito que trataron de llevar a cabo varios imperios y líderes megalómanos, siempre bajo la fuerza de las armas. La búsqueda de la unidad europea no puede ir en contra de la diversidad, sino que se dirige contra la fragmentación. Otro término que se ha empleado a menudo y que puede ser desafortunado por sus connotaciones homogeneizadoras es el de unificación. Habitualmente se usa el término integración, pero consideramos que, si de alternativas al término unidad se refiere, serían válidas palabras como fraternidad, hermandad, solidaridad, etc., y el resultado visible de las mismas, la unión de los europeos, vendría a ser una sola sociedad paneuropea agrupada como una sola comunidad, como un solo pueblo. 

   Podría parecer que solo hablamos de la unidad de Europa como si de una aspiración se tratara, cuando de lo que en verdad estamos hablando es de necesidad, de imperativo de supervivencia (véase nota 2 de este apartado). Europa ha sido como una comunidad de vecinos que, por su inevitable crecimiento demográfico compartiendo un espacio limitado, están abocados a entenderse y colaborar unos con otros, como una familia, o a estorbarse continuamente y destruirse mutuamente, víctimas de la desesperada búsqueda de más espacio vital. Así será también para el conjunto del mundo, del que Europa podría considerarse una maqueta a pequeña escala, lo mismo que Grecia lo fue para Europa. Grecia sucumbió porque sus ciudades-Estado no consiguieron reforzar sus relaciones hasta el punto de formar una fuerte coalición panhelénica que hiciera frente a los ejércitos persas, macedonios y romanos. Salvando las distancias, lo que ilustra este ejemplo es que la supervivencia de los grupos humanos que ocupan un mismo territorio está vinculada a su capacidad para trabajar conjuntamente y gestionar de manera racional los recursos vitales que deben compartir. La unidad de Europa, que, insistimos, no es la unidad de las naciones, sino la de los europeos, no es un ideal romántico, sino un imperativo para la supervivencia de nuestra forma de vida.


Notas:

1  Véase, en el capítulo I, el apartado «“Identidad europea” y otras pesquisas a evitar en la praxis».Volver al texto

2  La idea de la unidad de Europa como necesidad y no como mero capricho volitivo figura implícitamente en estas y en páginas anteriores. La fragmentación entre los europeos ha conducido a la barbarie de la guerra y, consiguientemente, a la muerte de millones de europeos. Por tanto, construir una paz perpetua es un imperativo de supervivencia, y dicha paz no es posible sin la unión fraterna y solidaria entre los europeos, ergo la unidad de Europa es una necesidad. La propia existencia, y vigencia, de la Unión Europea es prueba patente de esa necesidad, pues un experimento de tal calado no habría salido adelante de no ser un imperativo forzado por unas circunstancias bien claras. Los Estados europeos se sintieron abocados a establecer entre ellos un arbitrio racional y ético por una evidente necesidad de supervivencia, tras las gigantescas tragedias bélicas que asolaron el continente. Otra cosa es que el estado de relativa paz que ha conseguido la Unión en el continente haga olvidar la necesidad que le dio origen, por lo cual es imperativo el cultivo de la memoria, al que aludimos en la introducción de este trabajo. Si una persona concreta ha vivido con salud durante muchos años, puede menospreciar los esfuerzos para mantenerla, precisamente porque ya no tiene memoria de los estragos que causa la enfermedad. Concibiendo la paz, la democracia, los derechos humanos, etc. como elementos naturales, inherentes a la vida en sociedad, los europeos podrían olvidar los estragos de las dictaduras, los fascismos, los nacionalismos, las guerras fraticidas, etc., enfermedades que habitan en su historial clínico compartido, por lo que pueden minusvalorar la importancia de la Unión Europea. La necesidad de la unidad europea es también de índole económica, pues los pequeños Estados europeos no pueden asegurar su permanencia en condiciones de dignidad y prosperidad por sí solos, compitiendo por separado con las potencias extranjeras.Volver al texto



Citación sugerida: Molina Molina, José Antonio (2022): La lengua europea común (Círculo Rojo, 2022).
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