sábado, 16 de septiembre de 2023

La lengua europea común - Fragmento 14

 

2.4 Una lengua vehicular


La condición indispensable para que dos personas puedan comunicarse es que compartan un mismo código lingüístico. Si pertenecen a diferentes comunidades lingüísticas, sus idiomas maternos pueden ser muy distintos y mutuamente ininteligibles. De manera natural, pues, no hay posibilidad de que ambas personas se entiendan. Si una de ellas aprende el idioma de la otra a la perfección, tras interminables años de aprendizaje, se dará una comunicación fluida, pero la situación resultante no será justa, pues una de las personas habrá hecho enormes esfuerzos, mientras que la otra, por poder expresarse en su propio idioma y ser entendida, se situará en una situación de privilegio. Una situación equilibrada sería aquella en que cada persona aprendiera el idioma de la otra, pero esta situación tampoco es favorable ni económica, porque implica, en un caso real, que cada europeo tendría que aprender el resto de los idiomas europeos, si de superar los problemas de la diversidad lingüística se trata, para asegurarse de que puede comunicarse con cualquier otro. 

Lo normal es que una persona elija aprender como segunda lengua una mayoritaria o una asociada a unas mayores oportunidades laborales: en definitiva, una «lengua de poder». Ello conlleva, en la práctica, el crecimiento de las desigualdades lingüísticas y no constituye una solución al multilingüismo. Digamos que un francés dedica la mitad de su vida a aprender inglés, mientras que un griego dedica la mitad de la suya a aprender alemán. Ambos han elegido dos lenguas de poder, pero diferentes. Estos dos europeos habrán hecho un esfuerzo enorme, pero aun así no podrán comunicarse, simplemente porque no eligieron la misma lengua franca. Y de haber elegido la misma lengua franca, que sería, indefectiblemente, una lengua de poder, como el inglés, tal selección implica privilegiar artificialmente a esa lengua sobre todas las demás. Privilegiar una lengua dada significa privilegiar a sus hablantes, lo cual echa al traste cualquier planteamiento sobre la igualdad entre los europeos.

De los párrafos anteriores, puede extraerse una conclusión bastante evidente: para que los europeos puedan comunicarse entre sí con soltura, es necesario que aprendan una lengua vehicular nota 7, aparte de la suya, y esa lengua ha de ser común para todos. Esta conclusión representa un avance, aunque todavía no resuelve el problema. En realidad, es un enunciado bastante simple, pero del que pueden extraerse ya algunas conclusiones importantes que darán pie a ulteriores preguntas. El hecho de que se postule una sola lengua vehicular implica que debe haber un consenso para la selección de la misma. El enunciado también implica que la lengua elegida se usará solo para la comunicación entre comunidades lingüísticas distintas, de ahí que la lengua de consenso utilizada no debería amenazar a las lenguas autóctonas, porque su ámbito de aplicación será otro distinto. También otra consecuencia importante y capital es que la comunicación fluida entre los europeos requerirá de un esfuerzo por parte de estos. En realidad, la cuestión clave es determinar las condiciones que debería cumplir esa lengua vehicular para cumplir con los propósitos para los que se propone. Si la lengua vehicular no es o no puede ser producto del consenso, si su dificultad es tan mayúscula que exige un esfuerzo de aprendizaje intolerable, si por un cariz imperialista (de tipo político, económico o ideológico) contamina las lenguas autóctonas, o si simplemente su selección no goza de credibilidad o convicción entre los ciudadanos, entonces el proyecto morirá antes de dar su primer paso.

No estamos cayendo en una contradicción al criticar, por una parte, la recomendación de la Unión Europea, la de que los europeos aprendan una o dos lenguas comunitarias, y por otra, al afirmar que la solución a los problemas del multilingüismo es que los europeos aprendan una lengua vehicular común. Y ello es así porque esta lengua auxiliar compartida, que de momento llamaremos «lengua europea común» (LEC)nota 8 o bien «eurolengua», presentaría unas propiedades específicas que aún no hemos discutido; en particular, nadie dice que deba ser una de las lenguas comunitarias existentes actualmente. En otras palabras: la solución a los problemas derivados al multilingüismo europeo es la adopción de una lengua europea común, y este enunciado es una consecuencia, por lo demás evidente nota 9, del ejercicio discursivo que hemos llevado a cabo, pero esta consecuencia está lejos de ser la conclusión final. Es el análisis de las condiciones que debería cumplir esa lengua auxiliar, para ser una solución sensata, racional y ética del problema planteado, el que delatará su factibilidad o su imposibilidad, su capacidad de traducirse en una acción concreta o su naturaleza puramente teórica. 

En este punto es fácil apresurarse diciendo que el camino adoptado no alcanza sino una solución obvia y que no aporta nada al proceso de la unidad entre los europeos. Es obvio que las personas que no hablan unas mismas lenguas tienen que aprender una que sea inteligible por todos ellos para poder comunicarse. Lo que no es tan obvio es la naturaleza de esa lengua. El apresuramiento más irreflexivo consistiría en decir que ya existe una lengua franca, el inglés, dado que está siendo elegida mayoritariamente como segunda lengua por parte de millones de personas debido a la importancia económica de los países angloparlantes. Otra forma de apresuramiento, menos irreflexiva que la anterior y más atenta, ciertamente, a todo el esfuerzo discursivo realizado, consistiría en decir que no podría adoptarse una lengua de consenso porque, si se elige una en concreto, la comunidad lingüística correspondiente estará en clara ventaja con respecto a las demás, y, por otro lado, sería muy difícil solicitar de los europeos el esfuerzo de convertirse en bilingües, fuera cual fuese la lengua elegida.

  Ciertamente, una perspectiva sincrónica con la realidad parece apuntalar la noción de que el inglés es ya, de facto, una lengua vehicular para los europeos y para el mundo. Suponiendo que eso sea cierto, ¿ha sido ello producto de un consenso universal, o europeo —ciñéndonos a nuestro caso— o ha sido fruto de la siempre fluctuante marcha de la historia, que ha deparado para algunos países la hegemonía sobre otros? Si los países de la lengua que es, actualmente, la segunda más hablada —el español — alcanzaran un estatus económico, político, etc. superior al de las potencias angloparlantes, ¿habría de ser entonces el español la lengua auxiliar europea? ¿Y qué decir del chino? Convertida en una potencia de primer orden, ¿de China podemos esperar también que se imponga su lengua como lengua franca universal? ¿Diríamos entonces que el chino debería ser la lengua vehicular que los niños europeos deberían aprender en el colegio? 

  Lo que intentamos decir es que la selección de la lengua vehicular europea debe ser fruto de un esfuerzo discursivo profundo que huya de coyunturas puntuales que podrían conducir a una elección equivocada y sometida a presupuestos de poder, coacción o influencia de otras potencias, y no a los presupuestos de la conveniencia racional y ética. Precisamente estos presupuestos son los que podrían dotar a la lengua auxiliar elegida de aceptación y consenso, y evitar lo que, de hecho, los ciudadanos europeos sienten cuando deben estudiar el inglés, a saber, que lo hacen por imposición, por presupuestos que podemos denominar «clasistas», porque aquel que habla inglés, el idioma del poder, puede optar a mejores puestos de trabajo y, por consiguiente, a un mejor estatus social y a un mayor nivel adquisitivo, mientras que el que no lo habla carece de esas oportunidades y privilegios.



Notas:

7  Según el Instituto Cervantes, «la lengua vehicular —también llamada, especialmente en sociolingüística, lingua franca— es la que se emplea como vehículo de comunicación en una comunidad de habla donde existe más de una lengua posible. Dicho de otro modo, es la lengua de intercomunicación entre distintos colectivos lingüísticos» (Véase: http://cvc.cervantes.es/ensenanza/biblioteca_ele/diccio_ele/diccionario/lenguavehicular.htm).Volver al texto

8  Usaremos indistintamente las denominaciones lengua europea común, lengua común europea, lengua auxiliar europea, lengua vehicular europea, etc., así como el acrónimo LEC. El término eurolengua también lo consideramos válido por razones de economía, siempre que se recuerde que hace referencia a una lengua auxiliar o vehicular para Europa, y no simplemente a una lengua cualquiera de procedencia europea.Volver al texto

9  El enunciado consiste en afirmar que, para superar los problemas derivados del multilingüismo, y en particular el hecho de que personas de comunidades lingüísticas distintas sean incapaces de comunicarse, se requiere necesariamente una lengua vehicular. Este hecho, incluso particularizado al caso europeo, ha sido ampliamente reconocido por muchos autores, entre ellos Umberto Eco: «Se trata de un proceso realmente imparable. Si la tendencia a la unificación europea corre paralela con la tendencia a la multiplicación de las lenguas, la única solución posible está en la adopción de una lengua europea vehicular» (Eco, 1994, p. 280).Volver al texto



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